UN NUEVO DESTINO

 

UN NUEVO DESTINO

 

El viaje estaba pautado para las 9 am del 13 de enero, sin embargo, como todo buen colombiano, la hora se extendió y terminó empezando la travesía a las 10 am.

Aunque el destino ya estaba pautado desde meses anteriores, una nueva vida llena de incertidumbre empezaba. El día se sentía tan triste aun cuando el sol estaba muy resplandeciente, él en su máximo esplendor; no faltaron las lágrimas innecesarias que hicieron que el corazón se encogiera, como si aquel, fuera un viaje a un país lejano, sin fecha de retorno. De un pueblito cálido al sur de Colombia, donde la llanura se ve relumbrar aun cuando sigue igual que hace 10 años, se trasladaba una joven hacia lo que sería su nueva vida en la ciudad.

Ni una palabra resonaba en las paredes del auto, silencio absoluto tornándose incomodo, sin embargo, el paisaje era cada vez más libre y fresco, las ventanas bajaban mientras la brisa subía, haciendo que el calor se disipara, y el combustible no se agotara por el frio aire y pesado que producía, es una forma económica de refrescar el cuerpo, hasta llegar al mínimo frio de algún lejano pueblo hacia la gran capital.

Es innegable que más allá del clima, el paisaje de una localidad cálida a fría cambia drásticamente, aun cuando he vivido toda mi vida en el calor, no soy fanática de él, sin embargo este enardece no solo el asfalto, sino también el corazón, haciendo que los pies se quemen al son del joropo y la música llanera, los árboles con su verde impactante haciendo una pequeña sombra para refugiarse de aquellos rayos de sol picantes que dejan la piel roja como de vergüenza, las nubes claras y distinguidas del cielo azul, un paisaje sin igual pintado con rojos, amarillos, morados y un sinfín de colores vibrantes en sus amaneceres y atardeceres inolvidables, una odisea que todos deberían apreciar en algún momento de sus vidas.  

Sin embargo, el frio, mi aliado, es como si llamara al corazón y al alma, en un paisaje oscurecido con un mínimo de luz que hace sentir en paz al cuerpo y la naturaleza. Tal vez lo anterior refleje mucho de mi interior, pero soy partidaria del invierno que mi corazón siente estando en esas condiciones. Los árboles son un punto aparte, hacen una armonía con sus colores opacos, me hacen sentir como si esa hermosura de vista fuera de otro planeta, para aquellos que han ido a Sogamoso, Boyacá, y se han tomado el tiempo de detallar todo el camino, entenderán una parte del sentimiento tan acogedor, pero a la vez lejano. Hacia la capital, las carreteras altas en donde se aprecian los acantilados hacen que las nubes se sientan un poco más cercanas y aunque los tímpanos se tapan y me sofoco con el aire, aquella pintura en oleo hace que valga la pena aquel padecimiento. 

Al llegar a Villavicencio se entiende que empezará a bajar la temperatura y el destino está un poco más cerca, el silencio abrumador aun continua, y el aire que antes ya era pesado se convertía en bloques de concreto, aun con las mil palabras en “la punta de la lengua”, el orgullo vence, pero comprendiendo la situación, eso no duraría mucho tiempo. Sin parar en la puerta del llano, el camino continúa con incertidumbre. ¿Dónde vivir?, algo económico, ¿cómo buscar? ¿a quién pedir ayuda?, una ola de pensamientos invadía mi cabeza generando un estrés abrumador, las personas que cambian su vida y empiezan de cero en un lugar nuevo tal vez se puedan identificar, puesto que es algo que da miedo, y supongo, en mi poca experiencia de vida, que genera aún más angustia siendo tan “pequeña” y mujer en un mundo donde se nos exige tanto como jóvenes.

A este punto del camino ya íbamos subiendo una gran colina cuando las primeras palabras salieron de su ahogo, una conversación que ahora se recuerda como banal, lamento mucho para aquellos lectores que desean ver más allá del escrito, cavar en unas palabras que no se dirán, pues para su infortunio, esta humilde escritora tiene muy mala memoria, eso tal vez sea una bendición, pero también una condena. Más allá de cualquier silaba pronunciada, el aire que se hacía pesado alegremente fue descendiendo, haciendo que el respirar ya no costara por la situación sino por la altura, y fingir que mastico chicle es el mejor remedio que mi padre me dio para poder destapar mi cerebro.

Veo aquellos derrumbes de la vía al Llano, que desafortunadamente el gran gobierno ha dejado a su suerte, robando millones de pesos en formas de mejorar una de las vías más transitadas y con más peajes del país, pero esto es para otro momento. Me dan miedo esas gigantes piedras que son más grandes de lo que yo pude imaginar viendo noticias que, por cierto, no soy muy fanática de ellas, es irónico entendiendo que seré periodista, sin embargo, no está mal informarse de los horrores que transitan este país. Ver aquellos trabajadores, he imaginar la vida de ellos se vuelve entretenido, me siento como la protagonista de “la chica del tren” que, aunque nunca lo he leído, se su premisa.

Observar a las personas que viven en la orilla de las carreteras, con sus hogares, fincas, animalitos y su vida alejada de la ciudad me hace pensar que no podría hacerlo con la naturaleza de ellos, pero, aun así, siempre pienso que cuando sea mayor me gustaría vivir en una finca alejada de todo para disfrutar de la vida que me quedaría en ese momento. Los perritos me conmueven, aquellos letreros de venta de huevos, viveros, frutas, y demás, me hacen querer parar, esa necesidad de poder entablar una conversación con personas que jamás volveré a ver en mi vida hace que un sentimiento de tristeza abarque todo mi ser. Cabe resaltar que, para este punto, ya era la hora del almuerzo, pero como dos jóvenes que viven de sus padres, decidimos “engañar el estómago” con unos sándwiches, aquellos venían empacados con un cariño inigualable para aquella persona conocedor de mis travesías, cada uno separado por una servilleta, en un pequeño porta de cristal que hacía que se vieran elegantes y costosos, y aunque tristemente no nos gustaron, desesperadamente los comimos.

Otro infortunio de esta pésima memoria es no recordar el nombre de aquellos pueblitos que hoy siento lejanos, recurriré al internet, hoy el gran aliado de la sociedad. Chipaque, Cáqueza y Guayabetal hacen parte de este recorrido, realmente no tengo conocimiento de los dos primeros, sin embargo, puedo dar testimonio de que el ultimo mencionado tiene su fama de temblores y lluvias descomunales pues, aunque nunca he estado ahí y siempre veo por la orilla del ojo los puestos de comida, mi amado acompañante y conductor ha tenido experiencias no muy agradables de aquel lugar situado en una colina.

Colombia tiene unos pueblos hermosos y es innegable que ninguno se salva de tener en su calle principal puestos repletos de comida, denominados por nosotros “paraderos”. Ver las personas en sus lugares desde horas muy tempranas, preparando cada utensilio, rebuscando su importante tapa de olla para dar sople al humo de los asadores, para que las arepas blancas, amarillas y rellenas de queso, queden crocantes y sean inolvidables al paladar para cada viajero, el agua de panela caliente con un bloque de queso hace que el frio se oculte entre los vellos del cuerpo y el abrigo no apto para frio. Por supuesto, no se pueden quedar por fuera los embutidos, los famosos chorizos que, aunque se vean apetecibles, no puedo comer, sin embargo, ver que alguien más disfruta su exquisito sabor hacen que mi estomago se retuerza de entusiasmo y un poco de envidia. Los pequeños recuerdos que vienen con dulces envueltos en su papel transparente, junto con arequipe artesanal que en mi opinión es el mejor que el industrial, con sus pequeños carritos con letreritos sobre Colombia hacen que uno se sienta como un turista proveniente de otro país.

El apetito no se deja llevar por el engaño que ya fue implementado, sin embargo, el agua siempre es aliada, por fortuna, en ningún momento de las largas horas de recorrido, mi cuerpo llamó a su instinto.

Los túneles claramente no pueden faltar, estos tienen un olor muy particular que en lo personal es desagradable, pero me siento como en otra dimensión cuando estoy pasando por ellos, a veces tengo pensamientos demasiado absurdos y espero no ser la única, mi cabeza se imagina parando el carro y generando un trancón. En lo personal me da miedo si sucede una catástrofe, ¿qué hay a través de la puerta de emergencia?, ¿cómo se puede salir si hay un accidente?, ¿y si un camión se vuelca?, pensamientos absurdos y exagerados pero necesarios para mi mente pues, la fobia que este le tiene a los accidentes de tránsito es descomunal, y pensar soluciones para catástrofes en carreteras es uno de mis pasatiempos aliviadores, a todo esto, todo el camino se sintonizó música hasta de la india, a veces el silencio dominaba en aquellos minutos donde la señal no penetraba las paredes no solo del túnel sino de la naturaleza, muchas veces escucho, la música suave que solo es de guitarra como las de Hozier, hacen que me sienta como en una película, pensando que soy la protagonista, y que todo lo que sucede es por mí y para mí, muy egocéntrico de mi parte pero necesario para acortar el trayecto.

Acercándonos al último túnel, cerca al último peaje, donde todo se ve pequeño desde aquella altura donde el aire es fresco, frio y ameno, sentía que me alejaba del yo, aquella que había dejado en su pequeño pueblo, de sus perritas, de su familia, recuerdos, olores, sabores y demás, sentía que una parte de mí y mis 19 años se quedaban en aquel lugar haciendo espacio innecesario, pero siendo olvidada poco a poco y naciendo lo que construiría en esta nueva ciudad.

No sentía frio a pesar de que no llevaba abrigo, quería que mi piel se incomodara, que el aire la tocara con sutileza como el mismo sabe hacer y le diera una bienvenida para nunca más irse de nuevo. Atravesando el último túnel pensaba en mi nuevo hogar, debía ser algo acogedor, donde pudiera sonreír, llorar, pelear, convivir, crear nuevos recuerdos donde la nostalgia, la alegría y la tristeza predominaran, anteriormente no sentía que tuviera un hogar y la ciudad fría me estaba brindando una posibilidad de construir uno a mi antojo, había pasado por muchos hogares, muchos viajes no amenos y mi cuerpo, agotado, decidió ver este nuevo camino como un gran amanecer, pero ya no en aquella llanura que me vio crecer, ahora entre estas montañas que me verán renacer.

Cuando mi corazón se sintió acelerado y mis ojos hicieron un clic con su alrededor, pude comprender que ya había empezado aquello que había anhelado, los árboles haciendo una bienvenida al compás del aire, con su verde opaco pero hermoso, su paisaje frio y acogedor, y su cielo gris pero no de lluvia, mi cuerpo reaccionó y tomé una bocanada de ese aire que ahora recorría todo mi cuerpo. Mi compañero de aventura también respiró profundo y sentimos una gran vibración en el cuerpo, pero al caer en cuenta, esa vibración ahora era de un miedo absurdo, pues nos encontrábamos en el sur de la gran capital, pues sus leyendas son crueles y mi poca experiencia no me han dejado ver más allá.

Ahora veo gente con mejillas rojas, abrigos de mil colores, algunos con el famoso peluche y otros que se ven cercanamente cálidos, eso me hace recordar que debo equiparme para los fríos que me acompañaran por años. El tinto, el pan, los huevos que se enfrían en un abrir y cerrar de ojos hacen que mi vista se deslumbre y mi apetito se despierte de su sueño rejuvenecedor.

Ahora lo que me espera es una gran travesía en busca de un nuevo hogar, con gente nueva, aprendiendo a ser una adulta y responsabilizándome al cien por ciento de mi vida y lo que venga con ella; estos nuevos colores, texturas, olores, sabores y emociones se irán despertando, irán construyendo nuevos recuerdos, y veré esta ciudad que mis padres no aman mucho, como mi nuevo hogar.

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